La dermatitis atópica (DA) es una enfermedad inflamatoria de la piel que, además de hipersensibilidad cutánea, produce un intenso picor que, en muchos casos, compromete el estado anímico, la concentración y el descanso de quien la padece.
Se caracteriza por la sequedad cutánea y la aparición de placas de eczemas que irritan y fragilizan la piel. El cuadro suele agravarse con el rascado involuntario del paciente, quien siente un gran prurito difícil de aliviar. Cuando esto ocurre, es fácil entrar en lo que llamamos ciclo del picor-rascado. Las lesiones cada vez abarcan mayor superficie y empiezan a producirse heridas que sangran y multiplican el riesgo de sobreinfección.
Es común debutar en la infancia, periodo en el que la enfermedad tiene mayor prevalencia. Esto no significa que no pueda haber adultos con DA sino que, en la mayoría de los casos, los síntomas remiten con la edad. No obstante, como dice el refrán, “quien tuvo, retuvo”. Por eso las pieles que algún día fueron atópicas, suelen mantener de por vida cierta tendencia a la sensibilidad.
Es muy importante entender que la dermatitis atópica cursa en brotes. Esto implica la alternancia de periodos en los que la enfermedad está en fase activa con otros en los que permanece latente. Por eso el tratamiento requerirá de un mantenimiento que permita espaciar los brotes y reducir su intensidad.